Rusia y su zar represivo Nicolas I

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Rusia, tensión y revolución

Durante la primera mitad del siglo xix, Rusia se mantuvo al margen de los grandes cambios económicos y sociales que estaba aportando la revolución industrial.
Sumida en una especie de Antiguo Régimen, poseía una sociedad escasamente desarrollada, poco letrada y humilde, y una aristocracia inmensamente rica, que vivía entre lujos y gran pomposidad, al servicio de un zar que concentraba en su persona todos los poderes, incluida la autoridad religiosa.
Pero a mediados de siglo la derrota en la guerra de Crimea puso en evidencia el retraso que estaba viviendo el país, haciendo válida esa lección aprendida por Pedro el Grande de que un gran poder militar precisa de un gran desarrollo político y económico. Aunque la guerra estalló oficialmente en 1853, bajo la pretensión del zar Nicolás I de incorporar a Rusia parte del territorio turco, el conflicto no empezó a tomar relevancia hasta la entrada de Francia y Gran Bretaña al año siguiente, que no vieron con buenos ojos la expansión territorial de Rusia. La guerra terminó en 1856, y supuso un duro revés para el orgullo
Retrato del zar Nicolás II, que reprimió con brutalidad la revolución de 1905.
A partir de 1861, con los zares Alejandro II y Alejandro III, Rusia inició el proceso de industrialización y gozó de una paz relativa (con la consecución de una alianza con Francia) y de un gran progreso industrial. Pero de nuevo, una guerra (en esta ocasión contra Japón, que se mostró contrario a la intervención de Rusia en China) puso en evidencia la fragilidad del ejército del zar en 1905.

La brutal represión de una gran marcha pacífica.

La derrota contra los japoneses socavó gravemente la confianza popular en el régimen zarista, ahora bajo el gobierno de Nicolás II. El descontento general empezó a traducirse en acciones reivindicativas.
El pueblo reclamaba mejoras en las condiciones de vida y la convocatoria de una asamblea constituyente. La revolución de 1905 alcanzó su momento más trágico cuando una pacífica manifestación popular en San Petersburgo fue reprimida con gran brutalidad.
Inmediatamente empezaron a aparecer nuevos focos por otras ciudades, hasta que en el otoño de ese mismo año, temeroso de tener que afrontar una huelga general, el zar prometió aplicar reformas.
La revolución fue apaciguada, pero sus rescoldos seguirían activos hasta su nueva implosión en 1917.
Tras la derrota con Japón Rusia viró sus intereses hacia el sudeste europeo, dominado por el Imperio otomano, donde algunos movimientos de resistencia nacional, surgidos de las comunidades cristianas de Serbia, Bulgaria y Grecia, buscaron apoyo en los rusos.
Pero esa influencia sobre los pueblos eslavos se extendió también sobre las comunidades que habitaban dentro del Imperio austrohúngaro, especialmente entre la población serbia y croata, lo que comportó el inicio de tensiones entre el Imperio zarista y el de los Habsburgo.

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