La lucha de Italia por conseguir su unificación
Italia, entre dos aguas a vencer
Producto del nacionalismo y el liberalismo fomentados durante las guerras napoleónicas, a lo largo del siglo xix Italia inició una ardua lucha para conseguir su unificación.
Entre sus enemigos, estaba la dominación austrohúngara de Lombardía, la Toscana y el Véneto, la negativa del papa a renunciar a los Estados Pontificios, con capital en Roma, y la monarquía absolutista del reino de las Dos Sicilias.
Tras varias luchas y la conquista final del reino de las Dos Sicilias por parte de Garibaldi, en 1861 Víctor Manuel II es nombrado rey de Italia, cuyo reino quedará configurado posteriormente con las anexiones del Véneto (1866) y de los Estados Pontificios (1870), aunque a partir de entonces Italia siguió reivindicando la propiedad de otros territorios y ciudades italianos que estaban en territorio austrohúngaro.
Estas reivindicaciones fueron conocidas como irredentismo (de irredento, “no liberada”), y hacían referencia a zonas como Dalmacia, Istria o Trentino, e incluso a las regiones italoparlantes de Suiza o a ciudades fronterizas de Francia, como Niza.
Italia iniciaba su andadura como Estado unificado como un país pobre y atrasado económica e industrialmente, y con un gran abismo que separaba el sur, agrario y pobre, del norte, industrial y más rico. Además, en la Conferencia de Berlín de 1884 -1885, organizada y dirigida por el canciller alemán Otto von Bismarck para establecer el reparto colonial de África entre las grandes potencias, Italia fue prácticamente ninguneada, con lo ‘ que sus aspiraciones a recuperar su economía gracias al establecimiento de colonias en la vecina África fueron truncadas. Aun así, en 1890 logró hacerse con el control de Eritrea, con capital en Asmara.
Italia y su triple alianza
En cuanto a su relación con el resto de las potencias europeas, temerosa de una posible agresión por parte de Francia, Italia firmó en 1882 con Alemania y el Imperio austrohúngaro la Triple Alianza.
Vista del Castillo Rojo desde el frente marítimo de Trípoli. La ciudad fue tomada en 1911 durante la guerra italoturca.
Los primeros años del siglo xx se encontraron con una Italia próspera, gracias a las políticas del primer ministro Giovanni Giolitti. El buen rumbo económico unido a los deseos imperialistas del gobierno italiano, llevaron al rey Víctor Manuel III a declararle la guerra al debilitado Imperio otomano en septiembre de 1911.
Los italianos se alzaron con la victoria al año siguiente y como botín de guerra consiguieron el archipiélago del Dodecaneso y los territorios libios de la Tripolitania y la Cirenaica, que estaban bajo el control turco. La guerra sirvió para confirmar tanto el gran debilitamiento y desorganización del ejército otomano como, sobre todo, el gran sentimiento nacionalista que invadía Italia.